Cuando era pequeño, uno de los privilegios que tuve, fue la televisión por cable. Le decíamos parabólica. En algún parque cerca de las casas donde vivíamos, instalaban una antena grandota que parecía un platillo volador cortado al medio patas arriba. Lo de las patas lo digo en serio, del borde le brotaban tres tubos delgaditos como de metal, crecían pa´ arriba y pal´centro, donde se juntaban apuntando al cielo en busca de la señal divina.
Así las dejaban, echadas por ahí con las extremidades al aire, como cualquier cucaracha muerta-viva que nos encontramos en el pasillo de la casa al levantarnos. ¿Qué tal el drama de las cucarachitas? Salen de sus escondites para fallecer en medio de la casa, dándole un final épico a su vida de teatro.
Volviendo a las antenas, estas aterrizaban en algún punto del barrio. Había unas discretas que aparcaban en la esquina detrás del último bloque de edificios, lejos del paso de los vecinos y de los perros que sacaban a pasear, otras, más caraduras, se incrustaban en la mitad del parque central, en medio del camino de la gente. Donde fuera que reposaran, por más mal ubicadas que estuvieran, eran sistemáticamente ignoradas por todos los vecinos. Una indolencia, una discriminación, que llegaba a entristecer. Pero a ellas, impasibles, no les dolía un pelo, sabían bien que en la intimidad, frente a la gran pantalla de luz blanca de sus televisores, todas las personas, indirectamente, las idolatraban.
Fui un fiel devoto de las antenas durante los 90 y 2000. Con ellas me formé como sujeto y ciudadano; aunque un poco atolondrado también quedé, no es un misterio para nadie que el exceso de televisión le atrofia a uno los sesos. He aquí, mi humilde homenaje a los profesores y profesoras de esa jornada televisiva: el primero y más importante: los programas de Chespirito, con el Chapulín Colorado a la cabeza. Me instruí en drama, con las novelas mexicanas de Televisa. Hice un curso de convivencia y resolución de conflictos con el programa peruano Laura en América. Me gradué en dibujos animados japoneses con el show matinal de Karina y Timoteo, también del Perú. Supe hacer fríos análisis políticos al lado de Jaime Bayly, periodista y escritor peruano instalado en Miami desde hace muchos años. Aprendí la compasión con las bromas del programa argentino Videomatch. Asimismo, hice Doctorado en castellano argentino viendo partidos y programas de fútbol en Fox Sports, Espn y PSN. Sin hablar de la formación televisiva en Colombia, con novelas como Café con aroma de mujer o Betty la fea, programas como La tele, El siguiente programa, Todos en la cama, etc...
Televisión hecha en México, Argentina, Colombia, canales hispanos de Estados Unidos y Perú -veíamos tantos canales de ese país, que les decíamos la Perubólica-. Una ensalada de acentos, expresiones y culturas bien variopinta. Sin embargo, entre aquella avalancha de canales hispanos, se colaba otro que exhalaba un aroma de misterio y encanto; a pesar de mostrar sus palabras escritas muy similares al español, el sonido de estas era muy diferente. Tenían otras cadencias, otras entonaciones, otro sabor. Como más azucarado. El canal era Band, de Brasil, y el idioma ininteligible pero meloso, era portugués. Además de presentar mucho fútbol, recuerdo un programa de concursos por las tardes. Lo hacían en un estudio grande, con público, había presentaciones musicales, bromas, invitados. Pero lo que realmente me hacia pasar largas horas viendo y escuchando aquel programa de la tarde en esa lengua extraña, era la aparición de dos personajes: la Feiticeira y la Tiazinha.
La Feiticeira era una chica que entraba al escenario contoneándose en imposibles curvas al son de música del Medio Oriente. Se ponía un velo que le tapaba la nariz y la boca, -quién iba a pensar que años más tarde estaríamos todos emulando a la Feiticeira con nuestros tapabocas anti-Covid-. El velo era el accesorio más grande que se ponía, el resto era una pieza de seda y un bikini minúsculo. El bikini resaltaba una de las dos cosas que más me impresionaba de ella: el color de la piel. Nunca había visto una persona con ese bronceado, era una mezcla entre dorado y naranja alucinante. Los ojos, oscuros, oscuros, era lo otro que me movía el piso.
Por su parte, la Tiazinha usaba un antifaz y traía siempre en mano una fusta. A veces se ponía ligueros y también vestía microscópicos bikinis. Su participación consistía en depilarles las piernas, con cinta adhesiva, a unos muchachos que prendían a una silla y bombardeaban con preguntas complejas. Se zangoloteaba y caminaba por todo el escenario como una fiera. Interpretaba una mujer dominante, apretaba los dientes, hacía cara de mala. Tenía el pelo negro, azabache y yo me perdía, bien perdido dentro de él. Si la Feiticeira me movía el piso, la Tiazinha me desencajaba todos los meridianos de mi inocente preadolescencia.
Me recontraenamoré, no una sino duas vezes. Años después supe sus verdaderos nombres, Joana Prado y Suzana Alves, finalmente pude escucharlas hablar y verlas sin velo o antifaz.
En cierto momento del año notaba que el cuarto de mi mamá y papá se convertía en un bunker infranqueable. Se encerraban y se ponían a ver algo en el canal del idioma misterioso. Por mi parte, me quedaba afuera, viendo las luces de la tele escurriéndose por las rendijas de la puerta. Me entraba una curiosidad, sentía como si no me hubieran invitado a una importante reunión. ¿Qué estarán haciendo? Tocaba, entraba y preguntaba. Me decían que estaban viendo el carnaval de Brasil y pa' fuera ¡zas! portazo en las narices. Antes, con el rabillo del ojo, alcanzaba a ver algo: colores saltando, lentejuelas zapateando y alegría, mucha alegría. ¿Pero cuál es el misterio con eso? Tal vez ellos no querían que yo viera a las personas del carnaval con la misma ropa que se ponían Suzana y Joana en el programa de la tarde.
Me guardé el arrebato por las chicas del programa y el misterio por lo que veían mis papás en el cuarto unos, pongámosle, 17 años. En 2013 me vine a Brasil. La misión principal: buscar a Suzana y a Joana; después, si había tiempo, resolver el misterio del carnaval. La primera parada fue el barrio Bela Vista, en el centro de San Pablo. A la Feiticeira y la Tiazinha las encontré muy rápido: en las burlas de las personas, se reían de mí. Ninguna de las dos vivía en el país, estaban casadas, tenían hijos y se habían hecho cristianas devotas. Con el corazón doblemente roto, solo me restaba desvelar el enigma del carnaval.
Un día, volviendo del mercado en el carro del dueño del apartamento donde vivía, pasamos por una calle que se divide en una Y, en el medio había una casa elevada con un letrero negro con letras blancas que decía Vai Vai. Aquella casa es una escuela de samba, me dijo Rafael, que iba al volante. En ese preciso instante, como la magdalena de Proust, se me vinieron en cascada todos los carnavales a los que nunca había ido. Se me vinieron encima todos los que nunca pude ver. Ahora los tenía ahí al lado, a 10 minutos caminando de la casa. Y la sangre se me alteraba.
Antes de continuar, tres cosas: soy un aprendiz de todo lo que hago, digo y escribo. Curioso observador, mas perezoso investigador, me inclino más por vivir que por enterarme, por tanto, a todas las personas que saben sobre el tema, les pido flexibilidad por mi atrevimiento; segundo: en San Pablo también hay escuelas de samba y hay sambódromo donde se realizan los desfiles, muy parecido al de Río de Janeiro. Tercero: es de suma importancia decir que este encuentro con la escuela Vai Vai fue en octubre, época donde se realizan las eliminatorias y elección del samba-enredo que se va a representar en el sambódromo del carnaval entrante.
¿Samba-enredo? El samba-enredo es la canción que la escuela de samba interpreta en el sambódromo. Generalmente las escuelas eligen un tema puntual para el desfile, es muy común que esté relacionado con la historia y cultura del pueblo africano o brasileño, se elige con bastante anterioridad, creería que unos pocos meses después de terminar el carnaval anterior, esto con el objetivo de dar tiempo para la composición de las canciones que disputarán el premio de ser interpretada el carnaval siguiente.
El samba-enredo, como buena parte de las expresiones artísticas, no tiene su surgimiento comprobado en un punto concreto de la historia. Depende mucho de la línea de investigación. Lo que sí se puede decir es que durante la década de 1930 se fueron comenzando a ver los primeros componentes de lo que después se denominaría samba-enredo. La página MultiRio (en portugués), hace un buen resumen sobre el tema.
Como es de suponer, la letra del samba debe estar relacionada al tema del desfile, usualmente hace críticas sociales y políticas o rinde homenaje a un personaje famoso. Además de evaluar la parte técnica de la composición -letra, rimas, desarrollo de la historia, estructura- hay un factor clave para ser elegida: la relación con la gente.
La gente es la base de la escuela, y las escuelas de samba son verdaderos centros de cultura, educación, desarrollo, apoyo y tejido social, principalmente, de las comunidades negras en los barrios populares de las ciudades brasileñas. Con estrechas raíces ancladas en los ancestrales quilombos -lugares de asentamientos de esclavos que se escapaban de sus captores- y terreiros -lugares de culto de las creencias religiosas afro-, las escuelas están presentes como un monumento-movimento vivo y pulsante que sostiene la vida de miles de personas. La relación del individuo con la escuela es muy parecida a la que tienen los hinchas fanáticos con su equipo de fútbol del alma, a veces, se convierte en su razón de ser. Por tanto, la aceptación de las canciones candidatas por parte del público, es primordial.
Los sambas son presentados en los ensayos previos. La época de la elección es uno de los momentos más importantes para las escuelas, porque define gran parte de las características que va a tener el desfile, como los disfraces, coreografía, decoración de los carros alegóricos, etc..
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En octubre del 2013 yo no tenía la menor idea de esto que les escribo. Yo pensaba que el carnaval era un montón de gente semidesnuda bailando en unos carros gigantescos por la calle. Los domingos, hacia el fin de la tarde, salía del apartamento y me paraba en la calle del frente. Cuando cesaba un poco el tránsito, y prestando atención, se alcanzaba a escuchar calle abajo el tun-TÁN tun-TÁN tun-TÁN de los tambores. Yo me iba detrás del sonido. Mientras descendía a pasos largos, el in crescendo de los instrumentos se metía por las piernas. El encuentro con una batería de escuela de samba es apoteósico y feroz al mismo tiempo. Ella logra llenar todos los espacios, conquistar todos los sentidos, pero también te anula completamente, se te incrusta en la barriga y te hace desaparecer. ¿Bailar? ja, ja, ja… imposible, a duras penas podía mantenerme en pie, me paraba al lado y dejaba que me devorara.
El día de la elección del samba-enredo el aroma del ambiente es más pesado. Hay más gente de lo normal, ansiedad y gran expectativa. A pesar de tener un salón grande, donde están exhibidos los trofeos de la escuela, Vai Vai suele hacer los ensayos en la calle contigua por la cantidad de gente que atrae. Es una de las escuelas más populares y más ganadoras de la ciudad. La calle donde hacen el ensayo se llama São Vicente, muy cerca de allí hay una glorieta grande, encima de ella, se eleva un puente de una importante avenida, la Nove de Julho. En la mitad del puente hay una parada de autobús y debajo de este, en los extremos de la rotonda, viven personas en chozas improvisadas con plástico.
En días de ensayo la calle se llena de puestos de comidas y bebidas. Unos carritos, con parrillas humeantes de pinchos de carne y pollo, siempre ajetreados, son los encargados de darle la fragancia al evento -a este y a la mayoría de fiestas callejeras-. A pocos centímetros de los pinchos, tenemos las neveras de poliestireno repletas de hielo y cerveza, también hay vodka, cachaça y otros destilados. Sin contar los bares fijos de la acera, con sus fieles visitantes izando sus cañas. Al final de la calle, antes de bifurcarse, la casa alta donde está el letrero de la escuela, se convierte en el escenario que ocupan los cantantes y un par de músicos -con redoblante y cavaquinho-, al frente, al lado de la gente, la batería bombeando el pulso del ensayo.
Sumergido en el universo sonoro de la batería, entre los pellizcos del agogô, las carcajadas susurradas de la cuica, las chispas de aceite hirviente de los tamborins y los insondables garrotazos que propinan, en la esencia de la existencia, los surdos, repiques y caixas, me di cuenta de una cosa: ellos tocaban una y otra vez la misma canción durante más o menos una hora. Sin pausa, encadenaban una ejecución con la otra como tejiendo siempre la misma línea de costura. Aquel samba-enredo, escogido para representar a la escuela en el desfile, es tocado, cantado y bailado sin pausa durante los ensayos infinitas veces, de la misma forma que se hará a lo largo del transcurso del desfile. Este detalle, les confieso, me sorprendió. Jamás me imaginé que la presentación en el sambódromo fuera la misma canción una y otra vez tocada.
Con el tiempo he pensado: sí, es la misma canción, pero cada nueva interpretación trae consigo el impulso de la anterior, lo que hace que suene cada vez más fuerte, se cante con más ganas y el baile sea más frenético.
Además del samba-enredo y la batería, las escuelas de samba están conformadas por muchos más componentes. Más de 2500 fiesteros desfilan, y detrás de estos, están las personas que trabajan en logística, construcción, confección, diseño, publicidad, marketing, dirección, etc… Cada escuela acaba siendo como una ciudad pequeña.
Curioso que una fiesta hecha con sudor, manos, músicas, bailes, expresiones predominantemente negras, sea la postal de un país, que primero deshumanizó y explotó hasta la muerte a esas mismas personas, luego las abandonó a su suerte, para después emprender el proyecto de borrarlas de su historia. Una paradoja que ha sido milimétricamente construida por las personas que han comandado este país. Ojo, esto lo repito no lo digo, está estudiado, argumentado y demostrado.
Brasil de todos os deuses, samba-enredo de la escuela Imperatriz Leopoldinense de Río de Janeiro en el carnaval del 2010, fue el primero que me cautivó, todavía vivía en Bogotá cuando lo conocí. Habla sobre la fé y armonía entre las religiones y espiritualidad de los negros, los indigenas y los blancos. Una letra quimérica y utópica. Me da la sensación de que si este samba saliera hoy, sería molido a palos por los críticos.
Sobre los instrumentos de la batería de la escuela de samba, la conductora de comparsa de carnaval, Thais Bezerra, hizo unos videos donde explica la función, formas de toque, materiales y detalles de cada instrumento de percusión.
Finaliza aqui a primeira temporada desta newsletter. Agradeço muito a sua companhia nesses meses. No próximo ano continuaremos com novas histórias.
Beijo e abraço forte🤩
Con esta entrega terminamos la primera temporada de esta newsletter. Muchas gracias por la compañía durante estos meses. El próximo año continuaremos con nuevas historias.
Besos y abrazos😍
jorge gabriel