Historias de personas con piernas de árboles abiertas para dejar pasar los cables de la luz - César
del origen del nombre de esta temporada
Historias de personas con piernas de árboles abiertas para dejar pasar los cables de la luz. Este es el nombre, y el eje, que compone la línea narrativa de la segunda parranda-temporada de este newsletter; habrá fragmentos de vidas que se revuelven en relatos donde todo sucedió, pero nada es verdad.
En el 2016, una sobrina de mi papá, Dayane, vino a visitarme a San Pablo. Corría el mes de septiembre, los últimos días habían sido turbulentos y bufonescos después del proceso de destitución de Dilma. Dayane nació en Fortaleza, capital del estado de Ceará, en el Nordeste de Brasil. Era su primera vez en la ciudad. Ahora vive en Bogotá y tiene 47 o 49 años, calculo yo.
Nunca hemos sido muy cercanos con Dayane, si me apuran, creo que no nos hemos visto más de dos o tres veces en toda la vida. De hecho, yo solo supe de su existencia cuando tenía 10 años, celebraba mi primera comunión y ella estuvo en la fiesta que hicieron en la casa. La segunda vez que coincidimos, varios años después, fue en el matrimonio de su hijo, ambos encuentros en Bogotá.
Para mi Dayane es una figura difusa y turbia, que, a pesar de estar en una rama muy próxima de nuestro árbol familiar, pareciera que hay una densa selva entre ella y yo. Entiendo que hay una diferencia de edad importante que nos separa, sin embargo, en las escasas apariciones en las reuniones familiares nunca hubo nada más que un saludo afectuoso. Jamás conversamos, ni la vi hablar mucho con mi hermana o con mi mamá. No obstante, con mi papá era diferente, hablaban bastante y se percibía un aura de cariño entre los dos. Creo que una de las cosas que no me encajaba era el hecho de que ella siempre iba sola a esas reuniones de familia. Mientras los otros invitados llegaban en combo marido-mujer-hijos, ella llegaba y se iba sola, como si hubiera pasado al lado de la casa, escuchado las cumbias, los porros, la salsa, el merengue, tocado la puerta y pedido permiso para unirse a la rumba, luego, al final de la parranda, salía sin más ni más, de la misma forma que había llegado. Una familiar desconocida.
Por eso, desde que mi papá me dijo unos meses antes de la visita, que Dayane estaba pensando venir a pasar unos días en San Pablo y quería visitarme, la extrañeza no me abandonaba.
¿Visitarme? Pero si ni siquiera hablamos, ¡ni tengo su celular en mis contactos!
Recíbala mijo, es de la familia. -Dijo mi papá en una escala tonal que combina el pedido de favor y la orden de una forma refinada.
El fin de semana que pasó aquí coincidió con la invitación a un asado en la casa de un amigo. Fui con ella. Entre botellas de vino y bastante cerveza me atreví a preguntarle por su pasado. Soltó algunas cosas por encimita: que su papá había venido a Brasil a jugar fútbol, que el nombre Dayane se lo había puesto la mamá por una cantante de forró famosa de esa época, que mi papá y el de ella se habían dejado de hablar desde aquellos años. Poco a poco la bruma que envolvía la figura de Dayane se fue disipando y una nueva perspectiva de mi familia se abrió.
Volviendo a casa después del asado, estábamos sentados en un vagón casi desocupado del último metro de la noche. La curiosidad me pudo y retomé el tema:
¿Verdad que mi tío quería ser jugador de fútbol y por eso se vino a Brasil?
Sí, es verdad. A él le encantaba jugar y era muy bueno… Bueno, yo nunca lo vi jugar, pero mi tío dice que era un crack.
¿Mi papá? Pero si él nunca habla del hermano, siempre esquiva el tema. -Ella dejó escapar una sonrisa que se dibujaba entre la lástima y la confidencia-.
Como te conté, a mi tío le dolió mucho que mi papá se hubiera venido para acá y prácticamente los abandonó. Por eso se pelearon y dejaron de hablar. Pero no quiere decir que siempre estuvieron enojados como perros y gatos. Es más, eran bien unidos cuando vivían en Bogotá.
La imagen de mi papá siendo niño jugando con su hermano, el tío César, el desconocido, era casi un absurdo en mi cabeza. Durante toda mi vida ese tema fue prohibido en casa; corrijo, ni prohibido era, César era tan lejano que simplemente su existencia era ignorada. Lo que no existe no se puede prohibir.
Los primeros y últimos viajes del metro de San Pablo, son reveladores. Viéndolos bien, los vagones son bastante anchos, debe haber unos 4 metros entre una puerta y la otra, es difícil darse cuenta de esto porque generalmente están llenos o uno está tan metido en su rutina que ni cuenta se da. Otra cosa que llama la atención es la limpieza, a pesar de que pasan literalmente millones de personas todos los días, es difícil verlo sucio, sentir un mal olor, ver algún insecto o roedor. Solo lo he visto sucio durante el carnaval, pero es prácticamente imposible hacer cualquier cosa en esos días: cientos de miles de personas disfrazadas, bañadas en escarcha, borrachas y drogadas, yendo y viniendo por sus estaciones y trenes.
Mi papá es menor que mi tío. Pero se llevan poco, como dos años nada más. -La voz de Dayane me sacó de mis cavilaciones metronísticas- lo curioso es que eran muy diferentes. Mi papá nació prematuro y siempre tuvo muchos problemas de salud, era bajito, flaquito. A los tres años tuvo una neumonía tremenda, estuvo al borde de la muerte. Esos primeros años fueron traumáticos, la abuela y mi tío se apegaron mucho a él y lo cuidaban demasiado. Esa protección duró toda la infancia y adolescencia, lo cercaron, lo blindaron, creyendo que así nunca más se iba a poner malo. Tu papá era el típico hermano mayor al que todos temían, ¿sabes? en el barrio y en la escuela le decían Camaján, Hernán “El Camaján”. Era alto, acuerpado, no necesitaba hablar para imponer respeto. -Es indescriptible la sensación de descubrir un ápodo de juventud de tu propio padre. Lo distante y distorcido de la pintura que tienes de él, me sentía escuchando un género de música marciano- No dejaba que nadie se acercara a su hermanito menor, llegó hasta a pelear y amenazar a los profesores del colegio cuando sabía que lo habían regañado o castigado. Era una protección casi enfermiza. El único momento donde Cesitar, como le decía la abuela, podía respirar un poco, era cuando jugaba fútbol. Bueno, antes de jugar, él se dio cuenta, en las clases de educación física, que era muy rápido, mucho más veloz que sus compañeros, a pesar de su cuerpo escuálido, no lo alcanzaba nadie. Sumado a eso descubrió que tenía habilidad con los pies, con la pelota. Ahí nació su pasión por el fútbol.
Como una avalancha, así se me vino el álbum de fotos de la familia que está en la casa. Se me vino encima la foto de mi papá con su hermano. En la cancha del barrio, los dos agachados, con la pelota en el medio. Mi papá: grandulón, serio y con los brazos cruzados; César: menudito, la camiseta y los pantalones cortos tres veces más grandes que él, una sonrisa socarrona. Parece un pájaro burlón. La foto habla. Se vuelve película. César no quiere seguir posando, agarra la pelota, le tira un caño a su hermano y sale disparado, dribla a todo el equipo contrario, desparrama al arquero y mete un gol en puerta vacía. Así le gusta jugar, humillando a los otros. Repite una y otra vez la misma jugada, el mismo gol. Su hermano lo mira y sonríe. Sonríe una sonrisa coja. Él la siente, no es una alegría franca, ni plena. Su sonrisa tiene un lunar, una mancha, una breve turgencia, pequeña lesión. Hernán la siente, casi que la puede ver, con cada gol que César mete, el tumor de su sonrisa se abulta.
Es solo cuestión de tiempo para que un muchacho del otro equipo, cansado de la exhibición de César, se canse del baile que les están dando y decida entrarle con la suela del zapato directo a la rodilla. Sabe que se ganará una dura pelea con El Camaján, lo más probable es que en unos cinco minutos tenga la nariz chorreando sangre. El hermano de Cesar es implacable con el que se mete con su hermano. Pero al muchacho poco le importa, prefiere una pelea perdida a la humillación que les propina César y su habilidad. Lo ve venir, se olvida de la pelota y ¡TRAZ! que le manda la patada.
Hernán El Camaján, siente un alivio. Su sonrisa se apaga y con ella la verruga que crecía. Sale corriendo y sin mediar palabra le acomoda un puñetazo en la cara al muchacho. Nadie se atreve a pararlo. Cuando la cuestión es con su hermano, es mejor ni mirarlo. Por su parte, César, que a pesar de estar revolcado, sucio y con unos pocos raspones en las piernas, no siente nada, o mejor, no siente dolor. La adrenalina es tal, que sabe, tiene la absoluta seguridad de que puede pararse, tomar la pelota y volver a driblar a todo el equipo contrario y anotar de nuevo. Pero sabe también que su hermano vendrá, lo levantará de un sacudón y lo llevará a rastras para la casa. No dirá una palabra en todo el trayecto. Al llegar, su mamá correrá angustiada: Cesitar, mi niño, pero ¡qué te hicieron! le limpiará las piernas y le agradecerá a Dios que su hermano estuvo ahí para salvarlo de esos salvajes, que es mejor no volver a jugar con esa gente, que es por su seguridad.
César siente un montón de cosas entre la parte baja del pecho y la alta de la barriga. Como un remolino que se alimenta de sí mismo. No sabe qué es eso, no sabe qué palabras ponerle a eso, solo sabe que ese torbellino incómodo siempre aparece cuando su hermano lo salva y cuando su madre le dice que mejor no vuelva a jugar.
Mi papá me contó del día que decidió venirse a Brasil. -Recuerda Dayane en las escaleras eléctricas saliendo de la estación- fue en el 57, él tenía nueve años, en la radio estaban transmitiendo un torneo de selecciones en Perú. Brasil jugó contra Colombia y nos metieron nueve goles, 9-0 quedó el partido. Pero me cuenta mi papá que lo que más le llamó la atención fue un jugador de Brasil: Garrincha. El comentarista decía que este jugador tenía graves problemas en las piernas: las tenía torcidas, igual que su columna, además, los pies girados para adentro, sin hablar de los 6 centímetros que le faltaban en la largura de una de sus piernas. Igual, con toda esa lista de defectos, que serían razón suficiente para no salir de la casa, Garrincha en realidad era la máxima estrella de la selección nacional brasileña, el ídolo, aplaudido no solo por sus colegas y afición, sino por sus propios contrincantes. Mi papá hizo una infantil ecuación matemática: era en Brasil donde se reconocía el talento de los débiles. Desde aquel día trazó su destino, ese país, donde los torcidos son los mejores, nunca más se le salió de la cabeza.
Mierda, qué historia más loca. Pero él se vino fue por el 70, ¿cierto?
Ah sí… pasaron varios años.
Bueno, pero cómo se vino, ¿de dónde sacó la plata?
Ja ja ja, ahí fue cuando empezaron los problemas con mi tío. Mi papá logró hacer una plata haciendo mandados, lustrando zapatos y apostando en los partidos que podía jugar a escondidas de la abuela. Pudo ahorrar bastante, pero le faltaba lo más caro, el pasaje. Como el abuelo se enfermó relativamente jóven, tenía una diabetes bien complicada, a mi tío le tocó trabajar desde bien muchacho. Y él era el único que aportaba, el abuelo tenía una pensión miserable, la abuela nunca trabajó, solo sabía cuidar la casa, y mi papá, como lo habían protegido tanto, pues nadie esperaba nada de él. Mi tío guardaba un dinero en la casa por si se presentaba alguna urgencia, especialmente con el abuelo. César sabía de la existencia de este dinero, un día mi tío lo pilló esculcando en los armarios y gavetas. Mi papá le confesó su plan.
Mientras escuchaba la quimera que le contaba su hermano, Hernán percibía como le germinaba por dentro el lunar que siempre sentía cuando César esquivaba contrarios y hacía goles.
Pero qué estupidez está diciendo César. ¿Irse a Brasil? ¿a jugar fútbol? ¿se volvió loco?
Hernán, es lo único que sé hacer. Es lo único en lo que soy bueno. Y allá están los mejores. -Las pocas veces que César se aventuró a contradecir a su hermano, el torbellino que le nacía en la boca del estómago se hacía insoportable, aquello se convertía en un huracán, empezaba a temblarle todo el cuerpo, el corazón se le subía al cuello, se le cerraba la garganta, la voz apenas le salía y cuando lograba salir, era tenue y quebradiza. La cabeza se le llenaba de humo y los ojos de água-
Deje de decir güevonadas y póngase a trabajar.
No hay vuelta atrás -murmuró lloriqueando- después del mundial me voy, con o sin su ayuda.
Haga lo que quiera, total no ayuda pa' un carajo aquí en la casa. -Finalizó Hernán recio y claro-.
El 17 de junio de 1970, en el estadio Jalisco en Guadalajara, México, la selección brasileña, con goles de Clodoaldo, Jairzinho y Rivellino (y un casi golazo antológico de Pelé) le ganó la semifinal a Uruguay y se clasificó para disputar el próximo domingo en el estadio Azteca el título mundial. Después de la semifinal, Hernán El Camaján, entró al baño y se paró frente a su reflejo en el espejo. En cuatro días su hermano se iba en busca de un sueño alucinado. Se lo imaginó allá, en tierras lejanas, jugando en la playa, driblando oponentes y haciendo goles; en ese instante sintió el brote del quiste en su interior, sintió como se abultaba, se enconaba casi a punto de explotar. Apretaba los puños con tanta fuerza que las uñas se le clavaban en las palmas. La cara se le puso roja, las venas en la frente se le inflamaron. Al fin, de tanta fuerza que hizo, se le escapó un hondo y breve quejido, y abrió las manos. Es imposible contener el cauce de la vida.
César cumplió su palabra, el domingo 21 de junio, después de la goleada brasileña a Italia y la coronación de Pelé, fue a alistar sus cosas. Mientras terminaba, una sombra inmensa entró al cuarto, era Hérnan con un sobre en la mano.
Aquí está lo del pasaje -antes de dárselo a César, retrocedió y acercó el sobre hacía su propio cuerpo- pero con una condición: si no pasa nada en seis meses lo quiero aquí en la casa.
César, como pocas veces sucedía, miró a Hernán directo a los ojos
Si no pasa nada, me devuelvo.
Agarró el sobre, la maleta, le dio una palmada en la espalda a Hernán y se fue.
O cara até que é bom… -o homem tirou o boné, coçou a cabeça e mordeu o lábio inferior- mas não dá, falta controle de bola, jogo aéreo e é fraco demais, não aguenta um tranco. E outra, já tá com 22, tá velho pra isso. Tem uma porrada de moleques vindo aí, mais novos e melhores.
Pois é -concordou o cara do lado-.
Os dois assistiam o jogo na lateral de um campo de várzea de um time modesto da série C do Rio de Janeiro. César tentava a sorte mais uma vez, porém, sempre ouvia a mesma resposta: “olha você é bom, tem condições, mas a gente tá sem vaga pra sua posição”
Passaram mais de 5 meses desde a vinda de César. Tinha procurado vários times para mostrar seu talento. Quando contava a razão pela qual veio, o pessoal o via com olhar esquisito, ninguém dava crédito à história que contava.
Veio da Colômbia pra jogar bola, só?
Sí, eu vine
Mas, jogou bola lá?
Profesional no, nunca
Então veio aqui pra quê, mané?
Pa' aprender con los melhores
A galera caia na risada; alguns achando que ele contava uma piada, outros riam dele, “gringo maluco!”.
César acabou descobrindo um fato que dificilmente ia conseguir saber lá na Colômbia: não basta gostar muito de futebol e achar que é bom só porque demonstra um pouco mais de habilidade frente aos colegas do bairro ou da escola; o futebol profissional, como qualquer esporte de alto rendimento, é um mundo de violenta competição, e para ter grandeza é necessário anos e anos de títulos em posições de destaque. Tem lugares, como no Brasil, onde o talento e a tradição pesam mais do que qualquer vontade. César soube que Garrincha não era bom porque tinham dado uma chance por causa das suas pernas tortas, ele era bom, porque realmente era muito bom.
Uma semana antes de cumprir o prazo que combinou com Hernán, César abriu mão do sonho e se entregou à realidade. Naqueles meses morando no Rio, fez amizade com um pessoal do Nordeste que conheceu nas pensões onde tinha perambulado. Muitas vezes o haviam chamado para ir ao forró, mas ele recusava explicando que no dia seguinte, cedo de manhã, teria um teste no time tal e que precisava estar 100%. Os baianos riam: “tá certo Colômbia, na próxima tu vai com a gente”. Na última semana, para surpresa dos amigos, César aceitou o convite. Ficou de queixo caído ao ver a semelhança do forró com o vallenato da sua terra: sanfona como principal instrumento e casais dançando grudados em fogoso atrito. César gostava de música, no entanto poucas vezes havia dançado, sua obsessão por jogar bola fez afastar qualquer outra possibilidade de entretenimento, porém, no fundo do seu peito, suspeitava que sua destreza com os pés na hora do futebol também o faria dançar bem.
O lugar estava lotado, pessoas de todos os cantos do Nordeste compareceram, além de uma boa quantidade de cariocas. Na época, o forró era ritmo de moda. Naquele sábado, Dayane, principal artista feminina do gênero, se apresentava para fazer o último show da sua turnê pelo sudeste do país.
Logo de entrada César se viu sozinho, os camaradas arrumaram moças para dançar e não largariam até o final do show. Ele foi pegar uma cerveja e ficou de bobeira andando perto da pista. Enquanto bebia reparou numa moça que parecia estar observando direto para ele. No começo achou estranho, até duvidou, era tão intenso o olhar da mulher, que várias vezes virou o rosto para ter certeza que não tinha nada estranho acontecendo atrás dele. Mas sempre que voltava, lá estava ela a olhar. Um morena de cabelo cacheado e olhos eternos e profundos, tão escuros que pareciam conter todo o espaço do céu a das águas deste mundo. Sem dar-se conta, aproximou-se dela e pediu para dançar. Ela aceitou, sem tirar seus olhos dos olhos dele, nesse instante, naquele preciso momento, César teve a certeza que esses olhos se apoderaram de sua vida, da sua alma; e foi a sensação mais gostosa que havia sentido em toda sua vida.
Esse sucesso da Dayane, na voz de Zenilton, foi uma das músicas que dançaram Teresa e César, aliás foi com essa música que seus lábios se encontraram pela primeira vez. Infelizmente não tem gravação na voz de Dayane :(
Teresa estava de férias com uns amigos, era apaixonada por forró e fã de Dayane, daqui a uns dias voltaria para sua terra, Fortaleza. César, como enfeitiçado dentro de uma euforia cósmica, viu claramente a revelação: ele tinha vindo ao Brasil não para jogar bola, mas para conhecer Teresa.
Já Teresa não estava na mesma, achou o cara legal e até bonito, mas nada demais. E bom, mesmo querendo ver de novo, ia voltar para Fortaleza logo, e pelo que conseguiu entender, no português atrapalhado de César, ele também voltaria para Colômbia nos próximos dias. No entanto, desafiando toda racionalidade, ela passou alguns dados de contato para ele.
No dia seguinte, ainda sob o efeito entorpecente do olhar de Teresa, César ligou para seu irmão.
Hernán, me aceptaron en un club, me van a dar una oportunidad para probrarme con el equipo de reserva por un tiempo
¿En serio César? -Hernán ya había dado por hecho el retorno de su hermano, sabía que la suerte no le había sonreído-
Sí, se lo juro hermano. Es una oportunidad de oro, pero no me van a pagar nada, solo me dan la vivienda. Ayúdeme Hérnan.
¿Y por cuánto tiempo es esa prueba?
No sé, puede ser un mes, tres meses, no sé. Hágale hermano, ayúdeme con esa plata, mire que la he luchado mucho.
Pero espere, ¿qué equipo es ese, si es bueno? ¿le dan alguna garantía?
Es uno de la segunda división, se llama Olaria, no creo que lo conozca
No, no me suena… -Hubo un silencio que fue lastimado con una visión enferma dentro de la imaginación de Hernán. Como hace mucho no acontecía, Hernán El Camaján, vio surgir nuevamente la mancha, la verruga que crecía al unísono con los éxitos de su hermano. La vio claramente y respiró profundo- Vea César, yo le puedo ayudar pero solo por un mes, nada más, aquí en la casa mi papá está muy enfermo, ya prácticamente no hay nada por hacer. Usted sabe que la pensión la dejan de mandar cuando él se vaya y necesitamos que venga ayudar.
Sí hermano, sólo necesito un mes. Con eso me bandeo por acá, gracias Hernán.
Depois de desligar, César ficou quieto, parado, como digerindo o que tinha acabado de fazer. Então seu corpo começou a tremer, os pelos de suas extremidades em riste e sua pele arrepiada num tom azul e roxo. O queixo parecia ter vida própria, batia os dentes descontrolado, em pleno mês de novembro com o calor abafado do Rio de Janeiro, um frio enfraqueceu o César. Foi uma queda abrupta entre o doce encanto de Teresa ao engano gélido com seu irmão. Ele sabia que havia dado o corte definitivo com sua família. Arrastou-se ao chuveiro, se derrubou no chão e se molhou em água e lágrimas pensando no seu irmão. Depois, foi procurar um dos caras que tinha ido ao forró na noite passada, queria saber como fazia para ir em Fortaleza.
Unos días después de la conversación con Dayane soñé con el tío Cesar. Parecía que estábamos en una fiesta o una feria, como un bazar. Había casetas de comidas, de tiro al blanco, montaña rusa, carrusel, hasta carritos chocones. De un momento a otro apareció César, era jóven, más o menos de la edad en la que había venido a Brasil. Nos sentamos en un banco de la feria a comer perro caliente con gaseosa. Segundos después, se quedó mirando para arriba por un largo rato. Le pregunté qué veía. Me dijo: “mire, a esos árboles les cortaron las ramas del centro para pasar los cables de los postes de la luz” Sí, le respondí como para seguirle la conversación, pero realmente no entendía nada. Él seguía mirando. “Parecen personas patas arriba vea, -y con el dedo índice y anular emulaba la figura de unas piernas abiertas mirando al cielo- y los cables les pasan por el medio”. Cuando giré la cabeza para ver la figura extraña que el tío describía, me despertó el celular.